EGIPTO DE LOS MAGOS by Rudyard Kipling

EGIPTO DE LOS MAGOS by Rudyard Kipling

autor:Rudyard Kipling [Kipling, Rudyard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Literatura de viajes
editor: LAERTES
publicado: 2017-03-20T00:00:00+00:00


6. El rostro del desierto 136

Remontar el Nilo es como pasar por el túnel entre una doble fila de flagelantes delante de la eternidad. 137 Hasta que uno lo ha visto, uno no puede hacerse una idea de la pasmosa estrechez de ese húmedo chorrito de vida que se desliza invicto entre las fauces de una muerte implacable. 138 Un tiro de rifle iría más allá de los límites más anchos de los cultivos, un tiro de arco de los más estrechos. 139 Una vez más allá de esos límites, vale más que cada cual lleve consigo su siguiente trago hasta que llegue al Cabo Blanco al oeste 140 (desde donde podría hacer señales por si lo recogía algún barco de paso de la Union Castle) 141 o el club Karachi al este. 142 Digamos cuatro mil secas millas 143 a mano izquierda y tres mil 144 a mano derecha.

Soportas el peso del desierto cada día y cada hora. Por la mañana, cuando la cabalgata avanza penosamente detrás del dragomán parecido a un tulipán, 145 te dice:

'Aquí estoy, justo detrás de ese montículo de arena rosa que admiras. Acérquese, querido caballero, que le diré la buena suerte.'

Pero el dragomán dice muy claramente:

—Por favor, señor, no se separe del grupo nada de nada.

Lo cual, el desierto lo sabe muy bien, no tenías la menor intención de hacer. Al mediodía, cuando los camareros del barco hurgan en las neveras escarchadas en busca de nuestras bebidas para la hora de la comida, el desierto gime, con más fuerza que las norias en la orilla:

'Estoy aquí, a solo un cuarto de milla. 146 Por el amor de Dios, querido caballero, guarde un trago de ese whisky con soda que se lleva a los labios. Hay un hombre blanco, a unos pocos cientos de millas, que está en mi regazo muriendo de sed, una sed que usted podría remediar con un trapo mojado en agua tibia mientras lo retiene tumbado con la otra mano, y él cree que lo maldice a usted en voz alta, pero no lo hace, porque tiene la lengua fuera de la boca y no puede volver a meterla dentro. ¡Gracias, noble capitán!'

Y es que, naturalmente, uno vierte la mitad de la bebida por encima de la borda y recita la vieja oración: 'Que llegue a quien la necesita', y vuelve la espalda a las palpitantes ondulaciones y a los horizontes fluidos del desierto que empiezan su danza de mediodía.

Al atardecer, el desierto se impone de nuevo, ahora engañosamente disfrazado de danzarina de nautch 147 con velos morados, azafrán, dorados de oropel y verde hierba. Hace posturas, desvergonzadamente, ante los deleitados turistas por medio de marañas entretejidas de pelícanos que vuelven a casa, flecos de patos salvajes moteados de negro sobre carmesí, y una bisutería barata de nubes opalinas. '¡Fíjate en mí!', chilla, como si fuese una indigna mujer cualquiera. 148 '¡Admira el juego de mis miembros móviles, las revelaciones de mi alma multicolor! Observa mis seducciones y potencialidades. ¡Estremécete porque



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